La democracia tiene por lo menos un mérito y es que un miembro del Parlamento no puede ser más incompetente que aquellos que le han votado.
Elbert Hubbard (1856-1915) Ensayista estadounidense.
Vamos con el esperpéntico proceso para la designación/insinuación de la candidata a la Alcaldía de Málaga, o lo que es lo mismo, con la anunciación de María.
Al margen de la soberana bronca que le ha caído al nuevo secretario de Comunicación del PSOE-A, Francisco Conejo, por su innovación en materia comunicativa (¿por cierto, por qué se le ha señalado a él exclusivamente? ¿Griñán y Heredia no sabían nada de la filtración?); y aparte del nerviosismo demostrado por la dirección política provincial al responder a las críticas de Salvador Pendón con esta torpe ‘no-filtración’; el episodio sería anecdótico si no pusiera de manifiesto algunas cuestiones de enorme trascendencia.
Para empezar, pone bajo los focos el proceso de elección de candidaturas en las formaciones políticas. Partidos como el PP no ocultan su sistema digital y utilizan el dedazo como método infalible contra los molestos debates internos. Un día se levanta Bendodo y se va a Estepona a presentar a un notario como candidato a la Alcaldía sin que los órganos superiores del partido lo hayan refrendado. Y todos tan tranquilos. Las bases populares tienen tan asumido este sistema que ni preguntan. Sólo esperan la señal llegada desde la cúspide como sucedió con el Bigotes (el de las Azores, no el de la Gürtel, ¿no es lo mismo, no?).
El método en el PSOE, en cambio, es diferente aunque el resultado es el mismo. Es decir, elegir, eligen los de siempre y a dedo. Otra cosa es que, hasta ahora, se procuraban de cubrir el proceso con un cierto velo pseudodemocrático bajo el que simulaban una especie de sondeo a la militancia. Este sistema, sin embargo, tiene como principal inconveniente el hecho de que los ecos de las (¿pocas?) voces disonantes puedan oírse allende los muros de las agrupaciones; esto es, en el mundo normal. Por eso, la dupla Heredia-Conejo ha desechado la parte teatral del sistema, la impostada consulta a las bases, y ha decidido ir al grano. Como dijo alguien, ‘dispara y luego pregunta’. Aunque en este caso, les ha salido una versión Chuck Norris del asunto: ‘dispara y luego apuntas’.
En cualquier caso, este uso del índice para designar a los elegidos no debería extrañar a nadie. Baste recordar la aplastante unanimidad que obtuvo la gestión de la actual dirección política del PSOE malagueño. Sin embargo, de cara a la ciudadanía, ¿es positivo este alarde de unanimidad? ¿Es real? La cohesión puede ser una virtud cuando es natural, ¿pero qué ocurre cuando es impostada?
Sea como fuera, la cosa quedaría ahí no fuese porque pone al descubierto uno de los grandes males de nuestro sistema democrático: la intolerable opacidad de los partidos. Son éstas formaciones políticas que aspiran a gobernar, a gestionar la cosa pública y lo hacen optando por el atrincheramiento y el hermetismo. A la transformación de la sociedad y la complejidad de las clases sociales, unido al tremendo auge de las tecnologías de la comunicación; los partidos políticos han respondido abandonando su papel de organizaciones programáticas para convertirse cada vez más en aparatos de promoción de liderazgos. Lo define así el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Lisboa, Andrés Malamud, cuando plantea una democracia sin partidos: “Los partidos sobrevivirán y seguirán siendo fundamentales para la democracia, pero ya no moldearán a las élites gobernantes: serán moldeados por ella”. O lo que es lo mismo, serán los partidos políticos los que se adapten a sus representantes, y no al revés.
Bueno, es una opción sobre la que discutir. No es malo, a priori, si ello supone que las formaciones políticas optan por un modelo más permeable a la sociedad. Sin embargo, no parece que sea el caso. Volviendo al sistema de elección de candidaturas, comprobamos que ni siquiera la militancia tiene voz real a la hora de decidir quiénes serán sus representantes. Y aunque, en algunos casos, se organicen asambleas para ello; cierto es que la cosa viene ya tan rodada desde arriba, que resulta difícil encontrar espacios para las alternativas en este sistema. Le ocurre al militante algo así como lo del chiste:
‘Un jefe reúne a sus empleados y les dice:
-El que esté de acuerdo con mi propuesta que alce la mano; el que no, que diga ‘renuncio’.
Veamos el caso de Málaga. Tras la anunciación de María, vino la matización, y después, la insinuación. Todo un despropósito que refleja que la decisión corresponde a unos pocos aunque afecte a muchos más. Una alternativa a ello sería trasladar el debate directamente a la militancia antes de que se pronuncien las altas esferas. Es cierto que esto supondría, por un lado, una merma de la cuota de poder (influencia y decisión) de las direcciones políticas, y al mismo tiempo, entraña el riesgo de que el diálogo y la discusión interna ofrezcan del candidato una imagen distorsionada a la sociedad (discutible, puesto que Obama venció a Hillary Clinton en las primarias demócratas, antes de derrotar a Mc Cain en las generales), y por tanto, el candidato esté debilitado antes incluso de su designación. Sin embargo, viendo cómo han llevado el asunto en Málaga capital, lo cierto es que el resultado no imaginamos que fuera peor, con el añadido de que en esta propuesta alternativa, la militancia tendría la oportunidad de pronunciarse antes de la decisión, y no después, como ocurre ahora. De hecho, después del papelón, la actual delegada de Gobierno, María Gámez, candidata no nata aún, tendrá que acarrear con pesadas piedras en la mochila durante su carrera hacia la Casona del Parque. A saber, la vinculación de su elección al anuncio realizado por el presidente de la Diputación, Salvador Pendón; el modo en que se ha producido su elección (dedazo) que ha suscitado cierto malestar en algunas agrupaciones de la capital; el hecho de que aparezca como la segunda opción del ramillete de candidatables (a nadie se le escapa que la primera fue en su día Martín Delgado, también por designación digital). Todo esto además de que no le hace ningún favor el hecho de que la señalen (¡desde su propio partido!) como la candidata ideal para 2015. ¿Significa eso que desechan de antemano la posibilidad de vencer en estos comicios? Desde luego, el cartel de candidata perdedora no le beneficia en absoluto. Todo esto, amén del consabido discurso victimista sobre el centralismo y los perjuicios a Málaga que mantiene el PP con De la Torre en la capital.
Visto el resultado del sistema digital de elección de candidatos; difícilmente sería peor un resultado en el que la militancia pudiera pronunciarse antes de la decisión.
Pero podemos ir más allá y, dado que el temor que genera esta segunda opción es el hecho de que la ciudadanía obtenga de la persona una imagen deformada por el debate interno; la solución la podríamos encontrar si lanzan la propuesta directamente a la calle. Es decir, que sean los ciudadanos quienes elijan a los candidatos de los diferentes partidos.
En la actualidad ocurre lo que resumió en su día, muy acertadamente, el escritor estadounidense, Ambrose Bierce, cuando dijo aquello de ‘El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros’. Es decir, las direcciones políticas eligen a los que consideran los mejores dentro de los partidos. Pero, ello no tiene por qué significar que, forzosamente, sean los mejores para los ciudadanos. Porque, claro, ¿alguien se atreve a decir que en el proceso de elección de candidaturas en el seno de cualquier partido prima siempre el interés general por encima de cualquier otra cuestión?
La posibilidad de que sea la ciudadanía la que escoja a los aspirantes a representarles supone una profundización del sistema democrático, en tanto en cuanto, implica a los ciudadanos en nuevos (para ellos) procesos de toma de decisiones que, finalmente, les acaban afectando. Ello, además, sin olvidar que provocaría una necesaria apertura de los partidos políticos a la sociedad. Lo que se propone, en definitiva, es un golpe a lo Robin Hood: robarle protagonismo a los partidos para dárselo a la ciudadanía. Listas abiertas, por ejemplo.
La idea no es innovadora puesto que ya se lleva a cabo, con métodos diversos y resultados dispares, en muchos países. Tiene detractores, por supuesto. Somos conscientes de que las listas abiertas no son una solución mágica que repararía los efectos de la oxidación democrática que sufrimos en este país. Y debería venir acompañada de otras medidas (revisión de las circunscripciones, una modificación del sistema de recuento electoral, la introducción de elementos de control directo del ciudadano al representante, …). Sin obviar, las distintas opciones de sistemas de elección mediante listas abiertas que existen y los efectos (ventajas e inconvenientes) que generan.
Sin embargo, planteamos este asunto como primer paso ya que entendemos que el hecho de abrir un debate serio y responsable acerca de un cambio de enfoque en la elección de representantes y en su relación con la ciudadanía, ya implicaría de por sí abrir las ventanas de nuestro sistema y buscar algo de aire fresco.
Aunque, ilusiones aparte, asumimos que lo que algunos vemos como un avance democrático, otros lo perciben como una amenaza a su cuota de poder.
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